Su vida


Periodista latinoamericano nacido en El Salvador el 20 de abril de 1928 y fallecido en México el 22 de octubre de 1978.

En El Salvador se hizo maestro normalista y formó parte, junto con Roque Dalton, Otto René Castillo, Ricardo Bogrand, Manlio Argueta y otros autores, la Generación Comprometida.

Vivió el exilio en Guatemala donde colaboró con Jacobo Árbenz y participó en la resistencia armada contra Carlos Castillo Armas y de ahí tuvo que salir a su otro exilio: México.

Ya en México, donde estudió letras con Rosario Castellanos y Jaime Sabines, fue reprimido como periodista al defender la huelga del entonces periódico Zócalo.

René Arteaga colaboró en varios medios informativos como Excélsior, El Popular, Notitrece, entre otros y fue fundador de El Día, de la edición vespertina de El Diario de México y de la cooperativa Uno más Uno, donde escribió hasta el momento de su muerte.

Al final de sus días también fue catedrático de periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

sábado, 26 de octubre de 2013

Artículo escrito por Enrique Loubet Jr., a pocos días del fallecimiento de René Arteaga. En el texto se hace un breviario del camino periodístico de René desde la visión de un colega que además es amigo, lo que hace resaltar la parte nostálgica, ocurrente y alegre del periodista comprometido con los pueblos de Guatemala.


Miércoles 25 de octubre de 1978, página 7

 
 
Hasta luego, René...
 
Enrique Loubet Jr.
Gnomo travieso y bondadoso –su sentido del humor corría parejo con su amistad generosa, ambos símbolos de inteligencia-, René Arteaga deja un vacío que quizá no sepamos ya llenar…
Intentarlo tal vez. Yo, recordándolo.
 
Recordándolo en su cotidiano quehacer, no en sus grandes luchas. Poco hablaba de ellas, además. Exiliado, después de ser maestro rural en su país, siguió indeclinable en favor de otros pueblos. Aquí padeció también, golpeado y humillado en laboral pugna de los 50´s. Poco –y lo poco sin amargura-, comentaba.
Caía… y se levantaba.
Recientemente, podrían decir algunos, volvió a caer. Del trabajo seguimos juntos, solos, un julio de 1976 algo más temprano que de costumbre. Del brazo visitamos en Donato Guerra la cercana “La Universidad”. Pedimos dos cervezas. Sumando monedas, reunimos para otra más. Tomamos pues una y media cada uno y nos deseamos suerte.
Y como no era tarde nos fuimos… a ver a los niños.
Quería mucho a los niños, mucho. Jugaba con ellos. Y reía. Como quería, muchísimo, a su madre, doña Josefina Rebollo. Había que oírlo hablar de ella, pronunciar el apellido gozando cada una de sus letras. Había que verlo acercar su mano regordeta y acariciarle la frente. Y decir enternecido: Mírala, mírala a la señora Rebollo.
Después ocurrían otras cosas. Tampoco de éstas –ni de aquéllas- le oí resentimientos. De las últimas quizá acaso una triste ironía con que tal vez rememoraba tiempos más lejanos: …nos corrieron del exilio, Loubet. Pero poco permanecía afligido. Miraba al futuro. Con esperanza.
Podía caer. Nunca sucumbir.
Lo conocía hace ya mucho, reporteros los dos. Años y años, ¿por qué no fueron más?, recorrimos con todos un trecho de la vida. Originario de El Salvador él, del País Vasco yo –paradójicamente era René el del apellido Euskera-, nos unía México.
Comienzo y destino común.
Alguna vez refugiados ambos, periodistas mexicanos después.
Escribí líneas arriba de una taberna. ¿Por qué? Porque en una iniciamos amistad, nunca empañada, hace tres décadas y porque en muchas conversamos de esto, de aquello o de lo demás allá y porque prefiero recordarlo donde tanto ingenio suyo se recuerda. En Ambassadeurs, por ejemplo, que era nuestro centro de reunión casi obligado en tiempos idos. Bar de Luz tenue, tan mortecina y suave que poco podía verse y que día hubo, apagón al canto, en el que n o se vio ya nada.
Bromista, René buscó al tacto la copa y dijo:
Ahora beberemos por sistema Braile”.
Era periodista y donde quiera. Aquí, allá y acullá. Recorrió el mundo siéndolo. Y como periodista, solicitaba tragos. Como grito clásico de talleres para pedir el material:
 “¡Hueeeeesooo!”
Fueron muchas sus anécdotas en bares, cantinas, tabernas y sume usted los sinónimos que se le vayan ocurriendo. Oídas con agrado por los José Alvarado, Renato Leduc, Vicente Ortega Colunga, Pedro Ocampo Ramírez, y otros, no muchos porque a estos nombres sería difícil sumarles muchos. Algunas frases las oí; otras anécdotas me refiero al propio René. Como alguna suiza, ante figurones, ocurrida en su siempre añorada reunión de la UNCTAD.
Apuraba René, en Ginebra últimas amarinas de legítimo whiskey y veía con tristeza la botella “ya cadáver”, cuando irrumpieron en su habitación Manuel Moreno Sánchez, entonces líder camaral; Raúl Salinas Lozano, en esos años Secretario de Industria y Comercio y otros personajes. Al verlo algo alcaído, lo bromearon:
-¿Nostálgico por México o por El Salvador, don René?
Sacó René la vacía botella (antes cuidadosamente ocultaba debajo de la mesa: René tuvo en general tactos de este estilo), sacó pues la botella y mostrándola contrito –según él, mientras una lágrima resbalaba por su mejilla- contestó en franca chanza:
-No… por Escocia.
Del extranjero (“siempre vivo en el extranjero”, comentaba a veces) son también otras anécdotas. E indiquemos, de paso, que es importante es importante el hombre de quien se cuentan anécdotas. Más, seguramente, que aquellos de quienes no se refieren sino solemnidades. René se cuidó bien de incursionar épicas trascendencias. Vivía feliz en la tertulia ingeniosa; ¿hay algo mejor? Sostenía convencido, que no hay crudo que no sea humilde ni pendejo sin portafolio. En fin, más anécdotas.
“¡Hueeeeesooo!”
En Estados Unidos fue… ¿verdad o mentira? Vaya a saberse. Merecía ser cierto. Él lo contaba. Relato cómo, en grandiosa junta de notables, miraba, miraba y remiraba los zapatos de cuanto participante iniciaba su exposición en inglés. Miraba, remiraba y remiraba René los pies de cada anglohablante.
-¿Qué buscas?-, le preguntaron con extrañeza. –Los subtítulos en español-, contestó tan campante. Otra vez, supongo que en ese u otro viaje, alguien indagó con curiosidad; -¿Qué compraste René...? –dólares; aquí están a la par… -respondió ufano quien siempre cubrió, y bien, la fuente financiera.
No siempre fueron bromas.
Periodista destacado, magnífico reportero, tuvo notas que hoy se recuerdan y mañana se seguirán recordando. Personalmente (cito de memoria) su lead: Este pueblo de 57 médicos tiene hoy 56…, con que daba al mundo la noticia de la muerte de Francois “Papa Doc” Duvalier en Haití.
Parodiándolo, podría decirse hoy: Este pueblo de tantos que escribimos, tienen hoy un periodista menos.
¿Otra? Cubría en un hospital de esta capital la agonía de Agustín Lara. Noche y día está René al tanto. Como muchos más. Fue empero el único en enterarse que, en cuarto cercano, agonizaba también Jacobo Arbenz, el Presidente de Guatemala al que había derrocado Carlos Castillo Armas y cuya defensa en su tiempo firmemente apoyó a Arteaga. Ganó, como otras muchas, esta nota. Posteriormente, al fallecer Lara, en una de tantas pláticas le sugerí que buscase, pro si la había, alguna calle con el nombre del músico-poeta. La encontró René en polvorosa, lejana colonia. Esta fue su “entrada”: En la esquina de Agustín Lara y Carlos Gardel hay una cantinita donde uno quisiera quedarse para siempre.
René era así. Un poco sansfacon. Pelo ensortijado, nariz curva, judía (Sefardí, como en el español antiguo…, subrayaba), sonrisa fácil, anteojos de pesado aro negro. Bajito, rechoncho, el traje como cayera. Vez lo observé escuchar atentamente a distinguidas damas que exaltaban lo delicada, sensible que era la figura de Topo Giggio, entonces muy de moda. “¡Tan tierno!” “¡Tan pequeño!”, canturreaban las sentimentales señoras. René cerca del grupo, sólo dijo (con la modestia del caso): Gracias.
A veces, era serio… y lapidario.
Y aun sus bromas eran cosa seria y lapidaria. Ocasión hubo en la que uno de sus viejos, buenos amigos era severísimamente criticado por casi adolecente principiante que, por cierto, no conocía o apenas había visto a quien tanto vituperaba. Conciliador, René intentó apaciguar censuras y diatribas pero, exaltado, el muchacho proseguía con cada vez mayores bríos. Entonces, suavemente, René le preguntó:
¿No le parece que es usted muy joven para ya odiar tanto?
En México inició el diarismo en El Popular, quien dirigió Manuel O. Padrés. El antiguo periódico que dirigieran alguna vez Vicente Lombardo Toledano y Alejandro Carrillo y en el que colaboraban tantos intelectuales progresistas. Pasó, después, a Zócalo del que en huelga salió golpeado. Más tarde y a Diario de la Tarde, primero, a El Día –que sucedió entonces a El Popular- a Excélsior. En 1976 fue maestro de la UNAM y pasó a Diario de México. En seguida al Canal 13, división de Noticieros, como Jefe de Información. Y, finalmente, a fundar esta cooperativa de unomásuno que hoy, como muchos, lo llora.
Últimamente, en unomásuno, René publicó algunos de sus textos mejores. De sufridos pueblos guatemaltecos lo sobresaliente. Destacó siempre su convicción en favor de los humildes, los explotados. Resaltó siempre su rebeldía ante el abuso. Era así. No lo presumía con cualquier pretexto. Simplemente lo era.
Un tiempo vivimos en casas muy próximas…
-¿Qué cerca quedamos, verdad?-, le comenté. Levantó los ojos chispeantes, sonrió y contestó: -Sí… Oye, ¿por qué no abrimos un túnel?-. No lo abrimos entonces, claro. Quizá en alguna celestial región empiece él ahora la obra. Lo seguiré, qué duda cabe. Y tal vez algún día nos encontremos y volvamos a estrecharnos la mano.
En irse fue el primero. ¡Fue el primero en tantas cosas!
 

 
 

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