Miércoles
25 de octubre de 1978, página 7
Hasta luego, René...
Enrique Loubet Jr.
Gnomo travieso y bondadoso –su sentido del humor
corría parejo con su amistad generosa, ambos símbolos de inteligencia-, René
Arteaga deja un vacío que quizá no sepamos ya llenar…
Intentarlo tal vez. Yo, recordándolo.
Recordándolo en su cotidiano quehacer, no en sus
grandes luchas. Poco hablaba de ellas, además. Exiliado, después de ser maestro
rural en su país, siguió indeclinable en favor de otros pueblos. Aquí padeció
también, golpeado y humillado en laboral pugna de los 50´s. Poco –y lo poco sin
amargura-, comentaba.
Caía… y se levantaba.
Recientemente, podrían decir algunos, volvió a caer.
Del trabajo seguimos juntos, solos, un julio de 1976 algo más temprano que de
costumbre. Del brazo visitamos en Donato Guerra la cercana “La Universidad”.
Pedimos dos cervezas. Sumando monedas, reunimos para otra más. Tomamos pues una
y media cada uno y nos deseamos suerte.
Y como no era tarde nos fuimos… a ver a los niños.
Quería mucho a los niños, mucho. Jugaba con ellos. Y reía.
Como quería, muchísimo, a su madre, doña Josefina Rebollo. Había que oírlo hablar
de ella, pronunciar el apellido gozando cada una de sus letras. Había que verlo
acercar su mano regordeta y acariciarle la frente. Y decir enternecido: Mírala, mírala a la señora Rebollo.
Después ocurrían otras cosas. Tampoco de éstas –ni de
aquéllas- le oí resentimientos. De las últimas quizá acaso una triste ironía
con que tal vez rememoraba tiempos más lejanos: …nos corrieron del exilio, Loubet. Pero poco permanecía afligido. Miraba
al futuro. Con esperanza.
Podía caer. Nunca sucumbir.
Lo conocía hace ya mucho, reporteros los dos. Años y
años, ¿por qué no fueron más?, recorrimos con todos un trecho de la vida. Originario
de El Salvador él, del País Vasco yo –paradójicamente era René el del apellido
Euskera-, nos unía México.
Comienzo y destino común.
Alguna vez refugiados ambos, periodistas mexicanos después.
Escribí líneas arriba de una taberna. ¿Por qué? Porque
en una iniciamos amistad, nunca empañada, hace tres décadas y porque en muchas
conversamos de esto, de aquello o de lo demás allá y porque prefiero recordarlo
donde tanto ingenio suyo se recuerda. En Ambassadeurs,
por ejemplo, que era nuestro centro de reunión casi obligado en tiempos idos.
Bar de Luz tenue, tan mortecina y suave que poco podía verse y que día hubo,
apagón al canto, en el que n o se vio ya nada.
Bromista, René buscó al tacto la copa y dijo:
“Ahora
beberemos por sistema Braile”.
Era periodista y donde quiera. Aquí, allá y acullá. Recorrió
el mundo siéndolo. Y como periodista, solicitaba tragos. Como grito clásico de
talleres para pedir el material:
“¡Hueeeeesooo!”
Fueron muchas sus anécdotas en bares, cantinas,
tabernas y sume usted los sinónimos que se le vayan ocurriendo. Oídas con
agrado por los José Alvarado, Renato Leduc, Vicente Ortega Colunga, Pedro
Ocampo Ramírez, y otros, no muchos porque a estos nombres sería difícil
sumarles muchos. Algunas frases las oí; otras anécdotas me refiero al propio
René. Como alguna suiza, ante figurones, ocurrida en su siempre añorada reunión
de la UNCTAD.
Apuraba René, en Ginebra últimas amarinas de legítimo
whiskey y veía con tristeza la botella “ya cadáver”, cuando irrumpieron en su
habitación Manuel Moreno Sánchez, entonces líder camaral; Raúl Salinas Lozano,
en esos años Secretario de Industria y Comercio y otros personajes. Al verlo
algo alcaído, lo bromearon:
-¿Nostálgico por México o por El Salvador, don René?
Sacó René la vacía botella (antes cuidadosamente
ocultaba debajo de la mesa: René tuvo en general tactos de este estilo), sacó
pues la botella y mostrándola contrito –según él, mientras una lágrima resbalaba
por su mejilla- contestó en franca chanza:
-No… por
Escocia.
Del extranjero (“siempre vivo en el extranjero”,
comentaba a veces) son también otras anécdotas. E indiquemos, de paso, que es
importante es importante el hombre de quien se cuentan anécdotas. Más, seguramente,
que aquellos de quienes no se refieren sino solemnidades. René se cuidó bien de
incursionar épicas trascendencias. Vivía feliz en la tertulia ingeniosa; ¿hay
algo mejor? Sostenía convencido, que no
hay crudo que no sea humilde ni pendejo sin portafolio. En fin, más
anécdotas.
“¡Hueeeeesooo!”
En Estados Unidos fue… ¿verdad o mentira? Vaya a
saberse. Merecía ser cierto. Él lo contaba. Relato cómo, en grandiosa junta de
notables, miraba, miraba y remiraba los zapatos de cuanto participante iniciaba
su exposición en inglés. Miraba, remiraba y remiraba René los pies de cada
anglohablante.
-¿Qué buscas?-, le preguntaron con extrañeza. –Los subtítulos en español-, contestó tan
campante. Otra vez, supongo que en ese u otro viaje, alguien indagó con
curiosidad; -¿Qué compraste René...? –dólares;
aquí están a la par… -respondió ufano quien siempre cubrió, y bien, la
fuente financiera.
No siempre fueron bromas.
Periodista destacado, magnífico reportero, tuvo notas
que hoy se recuerdan y mañana se seguirán recordando. Personalmente (cito de
memoria) su lead: Este pueblo de 57
médicos tiene hoy 56…, con que daba al mundo la noticia de la muerte de
Francois “Papa Doc” Duvalier en Haití.
Parodiándolo, podría decirse hoy: Este pueblo de
tantos que escribimos, tienen hoy un periodista menos.
¿Otra? Cubría en un hospital de esta capital la
agonía de Agustín Lara. Noche y día está René al tanto. Como muchos más. Fue
empero el único en enterarse que, en cuarto cercano, agonizaba también Jacobo
Arbenz, el Presidente de Guatemala al que había derrocado Carlos Castillo Armas
y cuya defensa en su tiempo firmemente apoyó a Arteaga. Ganó, como otras muchas,
esta nota. Posteriormente, al fallecer Lara, en una de tantas pláticas le
sugerí que buscase, pro si la había, alguna calle con el nombre del
músico-poeta. La encontró René en polvorosa, lejana colonia. Esta fue su “entrada”:
En la esquina de Agustín Lara y Carlos
Gardel hay una cantinita donde uno quisiera quedarse para siempre.
René era así. Un poco sansfacon. Pelo ensortijado, nariz curva, judía (Sefardí, como en el español antiguo…,
subrayaba), sonrisa fácil, anteojos de pesado aro negro. Bajito, rechoncho, el
traje como cayera. Vez lo observé escuchar atentamente a distinguidas damas que
exaltaban lo delicada, sensible que era la figura de Topo Giggio, entonces muy
de moda. “¡Tan tierno!” “¡Tan pequeño!”, canturreaban las sentimentales
señoras. René cerca del grupo, sólo dijo (con la modestia del caso): Gracias.
A veces, era serio… y lapidario.
Y aun sus bromas eran cosa seria y lapidaria. Ocasión
hubo en la que uno de sus viejos, buenos amigos era severísimamente criticado
por casi adolecente principiante que, por cierto, no conocía o apenas había
visto a quien tanto vituperaba. Conciliador, René intentó apaciguar censuras y
diatribas pero, exaltado, el muchacho proseguía con cada vez mayores bríos.
Entonces, suavemente, René le preguntó:
¿No le parece
que es usted muy joven para ya odiar tanto?
En México inició el diarismo en El Popular, quien dirigió Manuel O. Padrés. El antiguo periódico
que dirigieran alguna vez Vicente Lombardo Toledano y Alejandro Carrillo y en
el que colaboraban tantos intelectuales progresistas. Pasó, después, a Zócalo del que en huelga salió golpeado.
Más tarde y a Diario de la Tarde,
primero, a El Día –que sucedió
entonces a El Popular- a Excélsior. En 1976 fue maestro de la
UNAM y pasó a Diario de México. En
seguida al Canal 13, división de Noticieros, como Jefe de Información. Y,
finalmente, a fundar esta cooperativa de unomásuno que hoy, como muchos, lo llora.
Últimamente, en unomásuno, René publicó algunos de sus textos
mejores. De sufridos pueblos guatemaltecos lo sobresaliente. Destacó siempre su
convicción en favor de los humildes, los explotados. Resaltó siempre su
rebeldía ante el abuso. Era así. No lo presumía con cualquier pretexto. Simplemente
lo era.
Un tiempo vivimos en casas muy próximas…
-¿Qué cerca quedamos, verdad?-, le comenté. Levantó los
ojos chispeantes, sonrió y contestó: -Sí…
Oye, ¿por qué no abrimos un túnel?-. No lo abrimos entonces, claro. Quizá
en alguna celestial región empiece él ahora la obra. Lo seguiré, qué duda cabe.
Y tal vez algún día nos encontremos y volvamos a estrecharnos la mano.
En irse fue el primero. ¡Fue el primero en tantas
cosas!
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