René
Arteaga: talento, rebeldía e ingenio “para desarmar a los fariseos”, dijo
Guillermo Toriello
Familiares, compañeros y amigos,
despidieron en el cementerio al periodista
Ramón E . Colombo
En la ladera de una
montaña verde que da hacia el norte, frente a un barrio tan pobre como el
Chimalatal donde nació hace casi cinco
décadas y cubierto por las sombras de unos eucaliptos, reposa desde ayer René
Arteaga, reportero, hijo de Josefina Rebollo (“que es como Úrsula Buendía”),
por una de cuyas mejillas rueda, lenta, una lágrima.
“Si no me ve llorar
no piense que no sufro”, había dicho Josefina Rebollo cuando aquellos dos
hombres introducían al vínculo funerario el ataúd con el cuerpo de René.
Precisamente el momento en que ella empieza a decir sus recuerdos del hijo, del
niño, del hombre de espíritu rebelde que heredó sus ojos y su misma mirada
mestiza y vivaz.
Es apena la apertura
de un borbotón de imágenes que salen entremezcladas, “así como salgan”, pero
todas coherentes con lo que René fue más tarde, siendo hombre.
“Después que nació
–una comadrona me ayudó-, en la casa, un rancho de bajareque y piso de tierra,
empezó a crecer, siempre rebelde. Una vez le hice un vestidito, pero no le
gustó… se lo arrancó a puros tirones. Así era”.
Mélida Arteaga, la
hermana –fueron dos los hijos de Josefina Rebollo-, recuerda los días de la
escuela primaria:
“Era una escuelita
que se estaba cayendo, toda rajada, con un solo profesor. Los niños tenían que
echarse a un lado cuando llovía, hasta que pasaba la tormenta”.
Por eso René escribió
una nota, muchos años después, en el
diario La Prensa Gráfica, de San
Salvador –en ocasión e inaugurarse la nueva escuela del pueblo del Chilamatal-:
“los niños de Chilamatal ya no van a mear parados ni a beber agua en pichinga
con tapón de olote ni a escribir con pizarrín de a cuarto”.
“No quiero ser
profesor normalista, me dijo un día. Quiero ser más que profesor, quiero dar un
paso adelante”, recuerda Josefina Rebollo. “Entonces se vino a México. Aquí
trabajó de albañil la primera vez que vino, y vendió periódicos y vendió
cristos en la calle y hasta billetes de lotería. Tenía 20 años“.
Mélida llora y a veces
no. A veces ríe con los recuerdos alegres –“somos un pueblo que llora con un
ojo y con el otro ríe”.
“Y, ¿sabe usted?, el
pueblo de Chilamatal recibió la noticia y no lo creía. La gente iba de casa en
casa diciendo: ¿sabes vos que se murió René Arteaga?... y muchos contestaban:
`pues eso lo creo sólo si lo escribe René Arteaga`. Todos fueron a la casa a
preguntar: Josefina, ¿es verdad?...”.
“Agradezco a México
cómo lo quisieron y cómo lo van a seguir queriendo… Aquí tiene a su esposa y a
sus hijos… que quede aquí, no importa, que en el mundo, que es su patria… para
nosotros es un orgullo que su cuerpo quede en México”.
El padre Ramiro Rubio
lee el Evangelio de San Juan: “Dadle el eterno descanso y que brille en él la
luz eterna”.
(El agua bendita cae
en tres chorritos sobre el ataúd).
“Padre nuestro… los
que creemos en ese Dios tan tergiversado hoy… sé que muchos de ustedes son
periodistas, que buscan la verdad; aquí está la verdad… el alma no puede
destruirse, porque sólo se destruye lo que se parte… la verdad la llevaba René,
que la podía escribir en el papel, porque la traía en el corazón…”.
(Silencio: No llega
hasta allí el rumor del monstruo citadino. Todo está lejos. Alguien llora; es
Carolina, la compañera de René con todos sus hijos. El mayorcito llora en
silencio. Josefina Rebollo mira el ataúd y no dice nada, sólo piensa, triste,
en la vez que n borrachito le dijo: “Tu hijo es grande. Arturo Argumedo –el
cacique de Chilamatal- no le sirve ni pa´ quitarle las caitas“).
Guillermo Toriello,
ex ministro guatemalteco, habla por todos.
(Cuatro muchachos
bajan lentamente el ataúd. Las bandas de nylon chirrían. El motociclista de
Tránsito hace sonar la sirena).
Las palabras de
Toriello, con sencillez, se titulan: “homenaje a la memoria de René Arteaga Rebollo”.
Y describen a quien adelantó el viaje eterno:
“De extracción
humilde, maestro rural, amante de las letras y periodista por vocación, huyendo
de las condiciones injustas y represivas que vivía su patria salvadoreña, llegó
ilusionado a Guatemala cuando la revolución 1944 iniciaba su marcha y sus
luchas contra los poderosos enemigos internos y externos. Se llamaba René
Arteaga Rebollo y llegó a colaborar con toda decisión y entusiasmo. Iba bien
armado: en la amplia frente un gran talento; en el corazón, hondas convicciones
políticas e ideológicas; en el escudo insobornable de su espíritu, el blasón de
su rebeldía; de su cintura pendía la espada para combatir los excesos del poder
y la riqueza, y el puñal de su ingenio para desarmar a los fariseos.
“Se puso al servicio de la revolución y la defendió con honestidad y valor desde las columnas del combativo diario Tribuna Popular. Estuvo a nuestro lado hasta el final, y cuando el imperialismo valiéndose de la traición de un grupo de militares yanquimaltecos, dio el zarpazo definitivo en junio de 1954, derrocando al gobierno de Arbenz, tuvo que salir de Guatemala.
“Hombre a carta cabal, no deja fortuna en bienes materiales, pero sí hermosa herencia para sus seres queridos de dignidad, sencillez y bondad; amor a la familia y a la humanidad.
“Estamos aquí reunidos un pequeño grupo de amigos que lamentamos hondamente su desaparición física y que, al rendirle este póstumo tributo de respeto al recordado amigo y compañero, deseamos expresar a sus apreciables familiares, nuestro más sentido pésame.
“Estamos seguros que
René Arteaga, espíritu indomable, sólo descansará en paz, cuando los pueblos
oprimidos del mundo hayan logrado su liberación, y cuando la explotación del
hombre por el hombre haya desaparecido de la faz del planeta.
“Mientras tanto, René
estará haciendo entrevistas a las constelaciones…”.
René Arteaga y casi dos docenas mas de reporteros, hicimos la huelga que acabó con la satrapía de alfredo Kawage Ramia. Éste lanzaba contraq nosotros su horda de voceadores de Tabloide Uno golpeó con un tubo a René. Yo no puide llegar a tiempo para defenderlo, pero coorrí tras el bárbaro agresor. Cuando forcejeaba con él llegaron los granaderos y me ayudaron a someterlo. A media plana de la edición de tabloide dei siguiente día publicaron la foto donde nos vemos sólo el policía y yo, pues el cubano "tío" O'farril, jefe de fotografía de Diario de la Nación --antes Zócalo-- que firmaba la placa, borró la imagen del vándalo, al que llevábamos enmedio. Excuso decirles que de agitador comunista no me bajaban, en el pie de foto. Desde ese día René me ofreció su casa. Vivía sólo, deprimido y abandonado en un departamento del que días antes se llevaron casi todo el menaje.
ResponderBorrarOlvidé decir que Manuel Cristóbal Montiel Govea, quizá Leopoldo Borrás y yo, somos únicos sobrevivientes de los reporteros, correctores y fotógrafos que hicimos la huelga que acabó con Diario de la Nación, antes Zócalo,
ResponderBorrar.
Moisés Edwin Barreda, muchas gracias por la historia. ¿Podemos publicarla? ¿Podría aportarnos una anécdota, algún documento o entrevista?
ResponderBorrarSerá una contribución enorme para la historia del periodismo.
Saludos cordiales.
derecholibertadexpresion@gmail.com