Su vida


Periodista latinoamericano nacido en El Salvador el 20 de abril de 1928 y fallecido en México el 22 de octubre de 1978.

En El Salvador se hizo maestro normalista y formó parte, junto con Roque Dalton, Otto René Castillo, Ricardo Bogrand, Manlio Argueta y otros autores, la Generación Comprometida.

Vivió el exilio en Guatemala donde colaboró con Jacobo Árbenz y participó en la resistencia armada contra Carlos Castillo Armas y de ahí tuvo que salir a su otro exilio: México.

Ya en México, donde estudió letras con Rosario Castellanos y Jaime Sabines, fue reprimido como periodista al defender la huelga del entonces periódico Zócalo.

René Arteaga colaboró en varios medios informativos como Excélsior, El Popular, Notitrece, entre otros y fue fundador de El Día, de la edición vespertina de El Diario de México y de la cooperativa Uno más Uno, donde escribió hasta el momento de su muerte.

Al final de sus días también fue catedrático de periodismo en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.

martes, 5 de noviembre de 2013

"Para muchos de nosotros fue una saludable lección. Y el descubrimiento de un continente. Porque junto con todo eso descubrimos, además, que el periodismo, en las circunstancias de nuestra cultura, era una grave oportunidad de rehacer el lenguaje –o sea, la vida misma- en el servicio humilde de la realidad." Así refería Jorge Hernández Campos lo aprendido del periodista René Arteaga.






 Avidez de periodismo
Jorge Hernández Campos
“En este oficio no debe uno jamás irse de la redacción a la casa. Sería un error trágico. Lo procedente es meterse en un bar con los colegas, tomar unas copas, deshacer el nudo, y luego, ya en paz, volver manso el seno de la familia”. Así me decía un par de meses ha, en tono de broma que no lo era tanto, un veterano de este diario. Lo cito ahora porque, sonriendo, condensó el drama profesional del periodista, sus tensiones y angustias, y las barreras que, oh paradoja, ese su angustiarse levantan entre él y el mundo: de ese mundo sobre el que vive volcado, de ese mundo que es su materia, su combustible.

Entre los profundos cambios acarreados por el 68 destaca emblemáticamente el sufrido por el periodismo mexicano en esta mitad de siglo. Un día pasaban las muchedumbres por la Reforma gritando ¡prensa vendida! “Bajo las ventanas de aquel Excélsior, y al otro día ya estábamos llamando a la puerta del director con nuestros papeles en la mano. “Nos” era mucha gente: era la clase media que estaban tratando de romper la anquilosis del sistema de poder, la que desbordando el ámbito universitario trataba de inyectar en la vida pública algo del saber y el pensar que se acumulaban inútilmente en las academias, y que, al hacerlo, en su marejada, se descubría repentinamente ávida de periodismo, de periodismo de consumir y de hacer, como la opción más inmediata, más noble, más connatural, de llevar vida pública.
Hasta entonces qué barreras nos separaban, a los clasemediarios, sobre todo si teníamos presunciones intelectuales, de los periodistas. Para muchos de nosotros, espejo inconsciente de los prejuicios familiares, eran seres que caramboleaban entre los políticos, las comisarías y las cantinas enredándose unos a los otros en bromas cifradas, empapadas en alcohol, o que trotaban detrás de personajes llevando colgado del cuello, como un castigo, un racimo de cámaras que bien podían ser de plomo. Y que lo producían, esas columnas efectivamente de plomo, repletas de “álgido” o de “enervar” o de otros vocablos mal usados, ¿qué podían ser sino un subproducto de la cultura, como la política misma? Hasta entonces, digo.
Porque luego, en el 68, cuando empezamos a tender la mano para que se nos pasara del otro lado de la barricada, y cuando ya, unos primero y otros después, nos vimos ahí, descubrimos otra cosa. Descubrimos, como una constante en la humana variedad de bueno y malo de miserable y generoso, de ávido y desinteresado, de avieso y de noble, un ser dedicado a extraer el orden del desorden, a hacer comprensible lo incomprensible, a dar sentido al sin sentido de los hombres en el poder, a mostrarnos, pues, las posibilidades nacionales y la anchura del campo cívico. Un ser cotidiano, desgarrado, crepuscular cuando no de la noche, indiferente de su persona, heroico sin espectadores, tecleador, oloroso a tabaco, trabajo de tics, y sobre todo sumergido en la vida hasta la punta de los cabellos. El periodista. O la periodista. Porque en muchos casos ejemplares, ese ser es mujer.
Para muchos de nosotros fue una saludable lección. Y el descubrimiento de un continente. Porque junto con todo eso descubrimos, además, que el periodismo, en las circunstancias de nuestra cultura, era una grave oportunidad de rehacer el lenguaje –o sea, la vida misma- en el servicio humilde de la realidad. Y no de una realidad quintaesenciada, sino de una realidad a nivel de la calle y del campo, de una realidad de pan llevar y de hierro forjar, de una realidad en cuya definición se podía coincidir con el primer hombre que uno topara en la vuelta de la esquina. De una realidad además que daba rienda suelta, en muchos de nosotros, a esa pasión devastadora, la más devorante de todas, la que menos cantores e intérpretes ha tenido, la pasión cívica.
Lo que nació de tal encuentro, de esa amalgama, creo yo, es el surgimiento de un campo intelectual más ancho y más rico de posibilidades, de un campo unificado que empieza a coincidir con la forma precisa de México, de un campo donde la lucha pura puede ser poesía y la poesía, o el pensamiento puro, entrañan ya un riesgo efectivo, de un campo donde ahora sí la cultura cultiva. De un campo donde individuos como yo, en lo que valga, hemos estado aprendiendo de los periodistas el mínimo gran heroísmo de la información y la formación de los días y sus fatigas.
Quisiera contribuir aquí al esfuerzo que algunos quisieran realizar porque la figura de René Arteaga no desaparezca tan pronto del recuerdo. A René Arteaga que tan conmovedoramente encarna lo que aquí me ha brotado de los dedos. El hombrecito tan orgulloso y tan sabio, tan denso de experiencia y tan valiente, tan profesional. Lo recuerdo hace no mucho, en la cubierta del barco que nos paseaba por la bahía de Acapulco, a eso de la medianoche, la camisa fuera de los pantalones, el vaso de whisky en la mano, oscilante al ritmo de su mar interior, recortado contra las luces del puerto, cómo iba de uno a otros de sus amigos para brindarnos afecto, recuerdos maravillosos, protestas de amistad eterna, fórmulas de fraternidad humana, visiones de paz,  proyectos de trabajo. Sueños de libertad René Arteaga. Periodista.
Unomásuno.- Octubre de 1978.

http://es.scribd.com/doc/181658971/Avidez-de-Periodismo

No hay comentarios.:

Publicar un comentario